Ofer Laszewicki
Son las 12 y pico de la noche, estamos hechos polvos y me quiero ir a dormir. Así que no esperéis demasiado de la crónica del segundo día. Básicamente, el día se resume en dos “retos conseguidos” (Jordi, si ho llegeixes, va per tu!): hemos roto el hielo con nuestra primera entrevista, de la cual estamos bastante satisfechos, y lo más importante: hemos probado el primer HUMUS. Que gran sensación.
Empezamos el día a las siete de la mañana, ya que teníamos que tomar un montón de autobuses hasta Ramat Ef’al. Menuda ruta, y que mal se explican los locales, fatal. Antes de todo, era necesario cargar pilas: un largo café americano y unas “burecas” bien ricas: una especie pastelitos rellenos de patata, queso o berenjena, entre otros.
Empezamos el día a las siete de la mañana, ya que teníamos que tomar un montón de autobuses hasta Ramat Ef’al. Menuda ruta, y que mal se explican los locales, fatal. Antes de todo, era necesario cargar pilas: un largo café americano y unas “burecas” bien ricas: una especie pastelitos rellenos de patata, queso o berenjena, entre otros.
Mientras soñaba en la cama ya estaba anhelando ese preciado manjar, ese plato que aporta tanta felicidad. Que alegría. Que suavidad. Que olor. Que sabor. Mama mía. Para Oliver, el primer bocado ha sido algo así como su primer polvo, algo que jamás olvidará. De hecho, le ha servido para corroborar que eso que en otro lugares llaman humus realmente no es humus. Y punto. Su fina textura, su tono marrón claro, ese pimentón rojo que da un toque de dulzura, ese generoso chorro de aceite de oliva que se funde como si fuera uno con la masa garbanzo, esos toques de perejil que contrastan tan bien con los demás ingredientes, esos garbanzos de minúsculo tamaño que coronan la montañita de tan sublime crema y, para colofón, unos finos trozos de huevo duro que aderezan el plato a la perfección. Inigualable. Sensacional. Magnifico. Fenomenal.
Mi historia de amor con el humus no termina aquí: el restaurante donde lo hemos comido, un garito de estética rastafari en pleno corazón de Tel Aviv apodado “Abu-Dhabi” dónde además de sonar reggea del bueno te atienden unos camareros de lo más agradables, te ofrece si quieres la “osefet” (añadido). Básicamente, te dan un buen cucharón más para acabar de petar tu estomago y empezar así cuanto antes la posterior centrifugación. Si, no lo olvidemos, comer humus es comer garbanzos por un tubo, y ya sabéis lo que eso implica.
Para rematar la faena, te sirven un pequeño vaso de café árabe, de intenso olor y delicioso sabor. Nota: no beber hasta el fondo, que el café queda abajo y es horrible.
Aparte de esto, pues nos hemos dedicado a dar unas vueltas por el centro de Tel Aviv: avenida King George, el mercado del Carmel –donde he ido a comprar un par de panecillos a una señora mayor y me ha empaquetado media panadería-, el barrio yemení y un paseo por el paseo marítimo acompañado de un buen huracán Katrina.
Ya a la tarde, hemos vuelto al hostal, dónde convivimos con gente muy variopinta: brasileños, yanquis, franceses, japoneses, mejicanos...un poco de todo.
Estamos hechos "bosta". El segundo día acaba. Mañana, si no llueve, nos vamos a correr por la playa cual Usain Bolt en su mejor momento de forma. Ahí vamos.
Nada más. Paz hermanos. Respect. Diblastos.
La photo de Oliver con el fondo del barrio representa su estado..........
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