Ofer Laszewicki
El típico sofa a base de calabazas. |
En líneas generales, hoy ha sido un día genial, sensacional, idóneo o magnífico, como le queráis llamar. El ambiente en Ein Yaav es de lo mas tranquilo, desprende unas vibraciones positivas que se te contagian desde el primer instante. La verdad, es como vivir en un oasis separado del resto del país, en medio de la nada pero con todo lo que necesitas.
Tal y Eyal |
Tras una apacible noche en la que hemos dormido cual bebés, nos han recibido con un energético desayuno para afrontar el día con buen ritmo. Primero dimos un paseo con la familia y sus nietos, Eyal y Tal, que son una pasada. Son niños de esos que te comerías: tranquilos, bonachones, comilones y muy curiosos. Dos gemelos rubios y preciosos, como podéis comprobar en las imágenes. Luego, Rachel, la mujer que nos acoge cual ministros, nos ha recogido para darnos una vuelta de reconocimiento por la zona. Un paseo por la frontera con Jordania, mucho menos aparatosa y mas tranquila que la que separa a Cisjordania, Líbano o Siria. Solo un hecho curioso: el camino está plagado de carteles de “Cuidado, minas”, ya que en el 1975 estaba plagado de ellas y una tromba de agua las arrastró por todo el perímetro. Aquí solo hay desierto y montaña, y ya hace muchos años que las relaciones con el país vecino son relativamente tranquilas.
Zona de paseo... |
Jornaleros tailandeses |
Luego nos mostró desde las alturas de una colina el Moshav –cooperativa agraria- donde residen desde el año 1968, se dice pronto. Lo que mas nos fascina es el momento en que unos expedicionarios llegaron por primera vez aquí, plantaron sus cabañas, descubrieron agua bajo tierra y decidieron plantarse. Hoy existen centenares de invernaderos que dan trabajo a montones de agricultores tailandeses, donde crecen sin descanso pimientos, tomates, melones, mangos, lechugas, sandía, calabazas y mil cosas mas que jamás creeríais que crecen en medio del desierto, donde las temperaturas alcanzan fácilmente los 40 grados en verano. Además, conocimos de primera mano como funciona el sistema de recogida y distribución de agua, pionero e innovador. Todo acompañado de una minuciosa explicación histórica de nuestra guía personalizada, un lujo al alcance de muy pocos.
Vuelta a casa a eso de la una, con los niños revoloteándose por el césped, el perro Jackie con la parsimonia que lo caracteriza tumbado en el césped y Ila colocando los primeros pedazos de carne en la barbacoa. Si, hoy es Shabat, mediodía, por lo que toca ponerse hasta las cejas de nuevo. Esta vez acompañados de la mayoría de hijos y nietos de la familia Lev, por lo que en la mesa éramos cerca de quince personas. Con un buen sol, clima ligero, platos exquisitos y máxima tranquilidad. Vamos, que quejarnos, lo que es quejarnos, no está en nuestros planes.
Jornalero con pinta de terrorista |
Tailandesa en un campo de orquídeas |
Con los estómagos llenos y los bostezos asomando, nos propusieron dar otro paseo con Tom, otra de las nietas de la familia y su novio. Esta vez nos llevaron en una magnífica ranchera Toyota, tan típicas de los norteamericanos, que funcionan de maravilla. Nos dieron un rodeo por otro moshav un poco más al norte, donde Oliver se recreó fotografiando a los trabajadores tailandeses. El fenómeno es muy curioso: ver a hombres y mujeres de un lugar tan lejano trabajando en el desierto israelí es increíble. Además, van cubiertos completamente, según nos cuentan porqué no quieren que la tez se les vuelva oscura, ya que en su país significa que perteneces a las clases bajas. Por ello, algunos parecen terroristas infiltrados en lugar de jornaleros. La mayoría viene con un permiso de trabajo de cinco años, trabajan durísimo muchas horas y luego vuelven a Tailandia como auténticos millonarios, se construyen mansiones y viven cual sultanes.
En otro de los invernaderos probamos tomates amarillos, rojos y verdes de tamaños y formas muy curiosas. Además, descubrimos que existen calabazas que probablemente son recogidas con una grúa, porque deben pesar por lo menos veinticinco kilos.
Ofer entrenandose para una competición de halterofilia |
Por si no teníamos suficiente, nos propusieron: “¿os apetece ver unos antílopes, cebras y bambis?”. Vamos, lo típico. Obviamente, dijimos que si entusiasmados y nos dirigimos a un pequeño safari que pertenece a un amigo suyo. Encima, entramos de gratis, por la patilla como se suele decir. Ya a la entrada alucinamos con los antílopes corriendo como locos en círculos, las cebras, los bambis reposando al sol, una especie de burro gris nunca antes visto, cabras de cuernos varios y más bichos que no sabría ni como mencionaros. Y también loros, pájaros locos y demás aves confinadas en un lugar denominado “Arca de Noe”, para que os imaginéis.
Manada de antílopes observando atentamente al fotógrafo |
Para culminar la jornada, nos propusieron ir a disfrutar de la puesta de sol, toda una maravilla difícil de ver en otro lugar. El cielo se torna rojizo, con tonos naranjas e incluso lilas, los rayos de luz traviesan las nubes y las montañas y las dunas adquieren un color cálido fascinante. Vaya, que mas no podemos pedir. Luego una cenita tranquila con Rachel y Amnon, una relajada conversación de sobremesa, un skype con Inés, la abuela de Oli a la que visitaremos en su bonita aldea de Vilaur y ahora mismo un té rojo con dátiles de las palmeras ubicadas a tan solo unos metros de la casa. Si, la mayoría de lo que comemos es producto local, fresco y saludable.
Vista del moshav desde una colina próxima |
Bueno, paro que estoy escribiendo de nuevo algo similar al Nuevo Testamento y creo que ya basta. Estoy cansado pero muy satisfecho y agradecido, disfrutando como un niño cada minuto en Israel. Diblastos!
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