Ofer Laszewicki
Estamos otra vez “on the road”. Nuevamente, disponemos de vehículo propio y las comodidades y facilidades que te aporta son inmejorables. Esta vez, no obstante, gozamos de mejores condiciones todavía: un Hyundai automático de color verde, que funciona prácticamente solo. Sin cambios, fácilmente manejable, cómodo y, encima, casi recién estrenado. Y solo por menos de treinta euros diarios, una buena ganga.
Cargamos el saldo del móvil, compramos plátanos y mandarinas y tomamos la autopista hacia el norte con “Descendents” sonando desde nuestro improvisado equipo: mi Blackberry. El coche respondió perfectamente a nuestras expectativas y, en poco menos de dos horas, nos plantamos en Nazareth. Supongo que a muchos de vosotros os debe sonar: tiene mucho que ver con Jesucristo, no? De nuevo, nos metimos de lleno en otro lugar crucial de la religión cristiana, aunque como no soy un gran experto, no os sabría explicar muy bien los motivos. Se trata de una ciudad árabe con sus habituales consecuencias: tráfico descontrolado, bazares callejeros y vendedores ambulantes, puestos de shawarma y falafel cada dos metros, humo de “narguila” y grupos de turistas de todas nacionalidades.
En los mosaicos puede leerse "Tu eres el honor de nuestro pueblo" y "amb vostre nom comença nostra història i és Monserrat el nostre Sinaí" |
Aparcamos como los ministros, a dos pasos del Santuario de Nazareth, que alberga la Iglesia de la Asunción (también de la Virgen María) y la Iglesia de San José, las más emblemáticas de la ciudad. Menudo pedazo de recinto, por cierto. El edificio principal es una enorme cúpula blanca que preside la ciudad, y los interiores son espectaculares a la vez que algo bizarros. Como curiosidad, en el patio hay mosaicos con motivos religiosos procedentes de todo el mundo. Primero, vimos uno de “La Moreneta” de Montserrat, que a pesar de tener un rótulo de Spain, tenía indicado claramente en una esquina el “Made in Catalonia”, para dejar claras las diferencias. En el interior, no obstante, había otro con el lema “Tu eres el honor de nuestro pueblo”, aderezado con un pedazo de pollo franquista, elaborado en el 1976 en Madrid. Nada, un detalle que nos llamó bastante la atención.
Iglesia de la Asunción. |
Como siempre en estos lugares, nos topamos con fanáticos y devotos de todo tipo, pero los más graciosos, como siempre, los suramericanos: se fascinan con las explicaciones de sus guías, exclamando siempre ¡uauuuuuuuuuuuu!’s que, en ocasiones, parecen orgasmos. Muy gracioso. A pesar de que no creemos en las movidas de los seres del más allá, nos fascina mucho presenciaran de cerca gente tan creyente, nos gusta aprender de ellos y los respetamos muchísimo. Cada cual que crea en lo que le de la gana, hay quienes nos volvemos locos con el fútbol, así que...
Ya eran las dos y solo habíamos comido fruta, así que ya desfallecíamos de hambre. Tras un largo y extenso debate, dolores de cabeza, discusiones y indecisión, acabamos optando por comer humus, para ver que tal es. No sé, para probar algo nuevo, nos habían dicho que es algo típico del lugar, muy nutritivo, barato y sabroso. Para que veáis como somos: nos desplazamos casi una hora hacia el norte para volver al chiringuito de Rosh Pina, en el que sirven uno de los mejores humus que hemos probado. Con alubias, pimentón, huevo encima, pitas calientes, falafel recién hecho, olivas...vamos, que nos pusimos las botas de nuevo. Que bien sienta al cuerpo, de verdad.
Patillas power |
Para tratar de cargar las pilas –Oliver estaba aplatanado y “achinado” tras tomar un antihistamínico- nos pedimos unos cafés al módico precio de casi tres euros y pusimos rumbo a Sefad, una curiosa aldea ubicada en el corazón de las montañas del Galil. Sefad es la cuna y capital de la Cabalá, que viene a ser la tradición mística judía, la más antigua e influyente de la humanidad estudiada por sabios miles de años atrás. Hoy en día, Madonna es estudiosa de la materia, así que podéis imaginaros la trascendencia del asunto. El pueblo es precioso: pequeñas callejuelas repletas de galerías de artistas, sinagogas y “Yeshivás” (centros de estudio religiosos) por todas las esquinas, múltiples relatos históricos a cada pocos pasos y, sobretodo, gente con vestimentas de esas que impactan. Si, aquí la mayoría lucen las míticas patillas de tirabuzón, y a los niños les dejan crecer unas “curras” que les quedan verdaderamente fatal. Las mujeres no lucen ni un milímetro de piel y tampoco son el ejemplo de las últimas tendencias de moda.
A pesar de ello, el sitio alberga un encanto especial, y la luz del atardecer creaba un ambiente cálido y tranquilo que hizo de nuestro paseo un momento muy agradable. Creo que sería útil pasar todo un día y conocer más a fondo la materia de la Cabalá e interactuar con los lugareños para tener una visión amplia del tema. En definitiva, podéis comprobar que te mueves pocos kilómetros y vas a parar a mundos totalmente diferentes, con personas y religiones que nada tienen que ver pero que viven prácticamente codo con codo, juntos pero no revueltos.
Ahora estamos de nuevo en Karmiel, en casa de mis familiares, que nos acogen la mar de bien y nos abren las puertas siempre que haga falta. En principio, mañana nos animaremos a hacer una expedición por la montaña, algún sendero interesante para mover un poco las piernas y sentirnos deportistas de primer nivel. De paso, quemaremos alguna caloría de las múltiples que hemos acumulado desde nuestra llegada. El miércoles tenemos un pedazo de plan montado, pero tendréis que esperar hasta entonces para conocerlo. De momento, paciencia, relax, Cabalá, siestas y pitas. Un abrazo a todos nuestros fieles seguidores. Diblastos!
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