miércoles, 14 de marzo de 2012

Dias 44 y 45

Ofer Laszewicki

Durante nuestro paseo de ayer nos encontramos esta mujer arabe
Poco después de las cinco y media, una hora menos la península, el despertador ya estaba sonando. Hoy tocaba madrugar como los mejores, ya que teníamos un gran plan por delante. Un café negro, mochilas al maletero, Bob Dylan y “on the road”. Todo bien, hasta que empezamos a bajar por la ruta 70 y regalo: atasco mañanero. “Que poca fortuna”, nos repetíamos, aunque preferimos tomárnoslo con humor. El motivo del temprano despertar era que a las siete y media habíamos quedado en Mishmar Ha’Hemek para reencontrarnos con Lydia Aissenberg, periodista freelance y educadora social del Campus por la Paz Givat Ha’viva.

Tras el saludo inicial ya nos dio buenas noticias: teníamos desayuno “for the face” en el comedor común del Kibbutz. Si, en éste, que maneja “buena pasta”, todavía mantienen el sistema clásico y se sirven unas comilonas que alegran el alma. Huevos fritos, revueltos o duros; queso fresco, “cottage” o “lavane” (otros tipos); pepinos, tomates, pimientos y lechuga finamente cortada; zumo de naranja recién exprimido y máquinas de café para todos los gustos. “Que alegría”, exclamábamos con el estómago lleno y las pilas cargadas. Además, nos enrollamos unos bocadillos para llevar, por lo que no gastamos ni un centavo en alimento.

Lydia Aissenberg con un periodico
 palestino de 1948
La verdad, hemos tenido una gran suerte de conocer a Lydia. Es una mujer persistente, vocacional, paciente y entregada por su oficio: luchar por la integración y la reconciliación entre las comunidades judía y árabe del norte y explicar gustosamente a periodistas, activistas, profesores y estudiantes extranjeros su tan preciada labor. Y no os creáis que es sencillo, ni mucho menos. Pese a que en ciertos ámbitos sociales coinciden –como algunos trabajos o en universidades- cada uno vive en sus pueblos, con sus costumbres, sus círculos familiares y su modo de vida. Viven a pocos metros, codo con codo, pero la interacción es prácticamente nula. En la mayoría de casos, existe un gran prejuicio hacia el otro: en general, los judíos israelíes no suelen ver con buenos ojos a la población árabe porqué simpatiza en muchos casos con la causa palestina; los árabes israelíes –que se consideran “palestinos con ciudadanía israelí”- reniegan del Estado de Israel porqué no se sienten identificados con sus símbolos nacionales y, según alegan, existe cierto “racismo” hacia ellos ya que son tratados como ciudadanos “de segunda”, ya que pese a que sobre el papel gozan de los mismos derechos, tienen ciertas trabas para lograr permisos de obra o acceder a algunos trabajos. Aún así, muchos disponen de buenos caserones, lujosos vehículos y una muy buena situación financiera. Vaya, que hay matices para todos los gustos.

En este complicado panorama es donde trabaja el Campus por la Paz Givat Ha’viva. Básicamente, se trata de un lugar en el que se llevan a cabo múltiples proyectos –audiovisuales, artísticos, literarios o incluso culinarios- que sirven para acercar por primera vez a árabes y judíos, conocerse de primera mano y borrar de sus mentes todos los prejuicios previamente establecidos. Algo que, muchas veces, cuesta una barbaridad. No os podéis imaginar la de situaciones difíciles que han tenido que pasar. No me enrollaré mucho porqué escribiré un detallado reportaje sobre todo esto.

 La ruta era la siguiente: primero fuimos a una escuela árabe en Baqa el Garbiya, donde se lleva a cabo un semestre de enseñanza intensiva de árabe en la que acuden estudiantes judíos y extranjeros una vez por semana e interactúan directamente con los alumnos. Muy enriquecedor. Luego, fuimos directos al campus, donde Lydia y varios compañeros suyos nos explicaron los entresijos de su tarea diaria. Lo descubriréis todo en breves, o eso espero.


Ofer desquiciado en la caravana...
 Y nada, luego tocaba un largo viaje hasta la zona más al norte del país, al Kibbutz Kfar Szold, donde residen nuestros grandes amigos, la familia Felman. Vamos, que esto es casi como mi casa a los pies del Golán. No obstante, nos tuvimos que tragar antes de llegar una pedazo caravana que nos desquició, así que tuvimos que parar a por una bolsa de “Bamba” –ganchitos de cacahuete- para airear un poco y darnos vida. Finalmente, pasadas las siete, y tras una agotadora jornada, nos plantamos en tan importante enclave estratégico y nos alimentaron como suele ser habitual en casa de Clarita. Lo que es quejarnos, pues no mucho, la verdad. Mañana nos daremos un buen tour en coche por toda la zona e iremos a comer a una aldea drusa llamada Masada donde hay probablemente el mejor falafel del país. Ya veis que la comida es el motivo principal de todo, como no.

Yo saltando el rio, Ofer cuando quiere tambien sabe hacer buenas fotos.

Sobre ayer, pues no comentamos porqué nos pasamos el día caminando y coronando montes como buenos expedicionarios. Las fotos dan buena prueba de ello, espero que las disfrutéis. Y nada, dejo al fotógrafo que haga su trabajo, yo me voy a fumar un cigarro bajo la lluvia que suele ser muy inspirador. Un abrazo hermanos, en cuatro días estamos por ahí. Diblastos!


Ofer posturitas
 

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