viernes, 2 de marzo de 2012


Día 32 – Cuando sales a por leche y acabas en un aldea drusa

Ofer Laszewicki

La ola de mal tiempo sigue persiguiéndonos durante nuestra estancia. El intenso diluvio matinal auguraba un día poco productivo, por lo que apagué el despertador y aproveche el sonido de la lluvia para mantenerme caliente bajo la manta. Como pintaba que el tiempo no nos permitiría cumplir con el plan de dar un minitour por la zona del “Galil”, decidimos de entrada quedarnos en casa de mis familiares en Karmiel para redactar el reportaje de los Kibutz.
                       
No obstante, un pequeño detalle acabó llevándonos a un apasionante lugar: mi prima lejana Orit me pidió que le acompañara con el coche a comprar leche para el café. Luego, fuimos a comer unas “burekas” –ricos pastelitos rellenos de patata, queso o champiñones entre otros- y, al ver que el día se estabilizaba, nos propuso dar un breve paseo por una aldea drusa llamada Pi’quin. Orit conoce bien a muchos de los habitantes del pueblo, porqué impartió durante un tiempo cursos de cómo elaborar cestos de paja.

Con solo diez minutos ya nos dimos cuenta de la gran historia que teníamos ante nuestros ojos. Y, lamentablemente, no teníamos ni la cámara ni la libreta, porqué como dije, solo salimos a comprar leche. Una lástima. Primero nos invitaron a pasar a un restaurante a tomar café negro. Luego, empezó a ofrecer pitas, humus, olivas... todo un proceso de marketing agresivo. Mientras, conocimos a la familia que regenta el lugar, y descubrimos la curiosa pasión de los drusos por servir en el ejército hebreo. Para que os hagáis una idea, los drusos son étnicamente similares a los árabes, pero tienen su propia religión minoritaria y se mantienen en sus propias aldeas donde acostumbran a mantenerse a lo largo de sus vidas. La gran mayoría se sienten identificados con Israel y a saber por qué tienen una gran devoción por la cuestión militar. En fin.


Tras tomar un segundo café en el mismo lugar, fuimos a visitar las cueva donde más de dos mil años atrás se refugió un mítico rabino judío cuando los romanos conquistaron la región y expulsaron o aniquilaron a los autóctonos. De echo, Pi’quin mantiene un gran valor sentimental por ser de los más históricos lugares por donde pasaron los judíos, y por ello una panorámica del pueblo aparece en el reverso del billete de 100 shekels. Nos metimos dentro de la húmeda cueva y certificamos que el pobre rabino se debía cagar de frío por las noches, porqué menuda humedad...
Todo ello mientras alucinábamos con los perfiles de los pueblerinos: la mayoría de hombres lucen enormes mostachos de lo más auténticos, y las mujeres lucen unas vestimentas que las hacen parecerse a pingüinos. En la ruta principal vimos como las mujeres del lugar cocinan las pitas, amasadas de un modo mucho más fino de lo normal y cocinadas en una especie de horno circular. Las hacen cual maestras pizzeras y producen sin parar, toda una maravilla.

Luego entramos en la tienda-factoría de una abuela que una vez descubrió que con aceite de oliva se pueden hacer muy buenos jabones y cremas corporales. La cosa le fue tan bien que hoy tiene tiendas en más de treinta países alrededor del mundo y posee múltiples fábricas, la central en Rótterdam. Tuvimos la fortuna de conocerla y es un gran mujer, con un gran ideario y una fuerte personalidad. Una historia muy curiosa que daría para hacer otro reportaje, y ya van.

Finalmente entramos en la casa de una familia drusa y menudo espectáculo. Ahí es donde realmente echamos a faltar la cámara y decidimos finalmente que debemos volver a pasar un día entero. Vaya personajes más curiosos. Un señor mayor, bajito, con enorme mostacho gris, calvo y sonriente, simpático y acogedor, sentado en un sofá afeitándose la cabeza y la barba con una maquinilla eléctrica. A su lado, una anciana seleccionando hojas de “lavane”-especia- a toneladas. Mientras, la chica nos preparaba nuestro quinto café de la mañana –el cuerpo temblaba de la cafeína, pero es feo rechazarlo- y nos enseñaba la casa, repleta de fotografías de todas las generaciones de la familia. Una verdadera pasada. 


Quien diría que al final nos encontraríamos con tal panorama. Pero esto es Israel señores. Te mueves cinco minutos de una ciudad y te hayas perdido en el monte, en un aldea que parece ser de otro mundo, con gente tan distinta y agradable que no lo acabas de asimilar. Cuanto echaremos de menos todo esto....

Ahora estamos en Adi, al noreste de Haifa, en casa de Dganit, una amiga de la familia de toda la vida. Mañana nos encontraremos con un tal Boris que ha empezado un interesante proyecto de reciclaje sobre el que tal vez hagamos otro artículo. Esta semana no paro de recoger ideas y testimonios, por lo que espero que el fin de semana paremos un poco en medio del desierto para reordenar mi mente y empezar a escribir algo serio. No se si volveré cargado de artículos de esta estancia, pero nuestra mente se está abriendo como nunca, no paramos de encontrar posibles temas a tratar y, lo más importante, nos lo estamos pasando increíblemente bien. En fin, os dejo que mañana toca madrugar de nuevo. Buenas noches y buena suerte. Diblastos!

 
PD: incluimos algunas fotos tomadas con el móvil para que os hagáis una leve idea de lo que hemos vivido!

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