Ofer Laszewicki
Estoy exhausto, con la piel quemada, agotado pero a la vez emocionado, con las piernas todavía temblando, el corazón palpitando a mil revoluciones y una sensación de felicidad que me supera. No sé si seré capaz de transmitir todas las experiencias que hemos vivido en tan corto espacio de tiempo, pero lo haré lo mejor posible, no lo dudéis.
El domingo empezó fuerte ya desde primera hora de la mañana. “Chicos, despertad ya!”, exclamaba mi tía Rachel, sorprendida por nuestra capacidad de dormir sin límite. De verás, el ritmo de Ein Yaav parece que se te cuela en la sangre, vives a su “tempo” y duermes como si estuvieras anestesiado. El plan era genial: salir con Amnon y Rachel con su todopoderoso Toyota 4x4 a recorrer “La ruta del perfume”. Para ser más explícito: una vieja ruta que recorrían en camello los lugareños miles de años atrás para transportar plantas aromáticas desde Yemen hasta Europa, cruzando todo el desierto del Negev en cortas y sufridas etapas. Y menudo placer. Ir montado en tal vehículo, con el porte de su conductor y las minuciosas explicaciones de su copiloto no está al alcance de cualquiera.
Amnon calentando café y su toyota |
Por el camino fuimos parando para que Oli tomara preciosas instantáneas del recorrido, plagado de montículos rocosos y erosionados de tono marrón anaranjado. Para aderezarlo todo, paramos en un lugar que se convierte en piscina cuando diluvia, Amnon sacó un diminuto camping gas y disfrutamos de un café en medio de la nada mientras mi compañero escalaba una duna cual explorador. A pesar de las subidas, senderos pedregosos y tramos imposibles, el Toyota ni se inmutaba. Tracción a las cuatro ruedas, frenos automáticos en las zonas difíciles y una estabilidad interior que daba verdadero gusto.
Esta vez también encontramos mas camellos en el desierto |
La broma nos tomó más de tres horas, así que al volver los estómagos rugían de nuevo. Como siempre, nos deleitaron con deliciosos manjares, todo muy saludable y fresco. Un poco de siesta para renovar energías, momento que aproveché para terminar la película “Donnie Brasco”, film mafioso a cargo de Al Paccino y Johnny Deep. La recomiendo. Motivado por los retratos que tomó el día anterior, Oli se fue por su cuenta a recorrer los invernaderos en busca de más imágenes de los jornaleros tailandeses. Y fue un éxito. De echo, acabó subido en uno de sus tractores, se ganó su confianza y terminó un buen trabajo. Mientras, yo decidí pasar la tarde cómodamente en casa para empezar a escribir definitivamente el reportaje sobre los Kibbutz. Ambiente cálido, expreso corto, silencio e inspiración. El resultado fue bueno, hasta que aparecieron los nietos y me cautivaron de nuevo. Que preciosidad de niños, imposible concentrarse con ellos dando vueltas a mi alrededor! Y nada, después de la cena a reposar, ver brevemente como el Madrid hacía trizas al Espanyol y dormir que hoy nos esperaba una jornada trepidante.
Tailandeses jornaleros del Moshav |
Siete y media de la mañana. Suena el despertador. “Yala, yala, move!”. Lamentablemente, tocaba abandonar el lugar, con pena pero gran satisfacción interna. De echo, Rachel le dijo a Oli que ya era uno más de la familia, que su casa está abierta cuando quiera. Emocionante. Ah, lo olvidaba: como suelen hacer, nos dieron de “souvenir” dos grandes cajas de tomates y pimientos, de esas de verdulería vamos. “Amnon, que vamos al hostal, no tenemos espacio!”, a lo que me contesta: “Da igual, véndelos o regálalos, haz lo que quieras!”. Brutal.
Tailandia, Laos, Vietnam y Myanmar son los cuatro países de donde provienen los jornaleros |
Antes de empezar |
Con las “chirucas” calzadas, los pantalones cortos puestos, Creedence sonando a todo volumen y el sol picando como nunca durante nuestra estancia, emprendimos marcha con nuestro pequeño Chevrolet en dirección Masada. La pequeña aldea situada encima de un monte del Mar Muerto donde miles de años vivieron judíos que resistieron hasta morir la invasión de los romanos. De echo, se acabaron suicidando para no ser esclavos.
Había dos opciones: subirlo en “telehuevo” como hacen las hordas de guiris o ser buenos expedicionarios y subir la famosa “Ruta de la serpiente”, que hace muchas curvas, pendiente y alberga unas 700 escaleras. Como no podía ser menos, tomamos la segunda opción, que significó bastante sufrimiento y sudor. No obstante, la sensación de coronar la mate es única, todo un “reto conseguido”. Entre la subida, la visita a los restos del poblado y la bajada, pasamos cerca de tres horas.
Justo al llegar arriba! |
Las piernas temblaban tras la bajada, el sol nos dejó algo noqueados pero todavía eran las doce de la mañana. Y aún faltaba lo mejor. Encontrarme con mi madre en el Mar Muerto. Si, como quien se la encuentra al ir a comprar el pan, vamos. Ha venido a pasar una semana con amigos en un hotel-spa para tratar de mejorar su salud y descansar, y nos lo montamos para coincidir durante el día. Primero, fuimos a comer en un restaurante de la zona hotelera de Ein Boqueq, en plena costa. Y luego, lo mejor. Nos infiltramos en su hotel cual residentes del mismo, nos bajó unas toallas de su habitación y dimos el pego. Entramos a la zona reservada de playa, nos metimos al agua y Oli empezó a alucinar. Flotábamos como amebas, nos recreamos con los pedruscos de sal que se amontaban bajo nuestros pies y el sol de mediodía nos brindó una temperatura inmejorable. Por si fuera poco, luego nos metimos en el interior de las instalaciones, donde disfrutamos de una piscina interior de agua del mar a 38º, un poco de sauna y una ducha reconfortante. Lo último que esperábamos hacer hoy. Nuestra felicidad estaba mas o menos por las nubes.
Flotando en el mar muerto, el punto mas bajo de la tierra. |
Sal del mar muerto |
Esta semana es Purim, el Carnaval hebreo, por lo que se prevé una liada parda por las calles de la ciudad. Como no, encontraréis las mejores crónicas en Diblastos, como siempre. Paz, hermanos. Os dejo. Diblastos.
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