Movidas e imprevistos varios surgidos durante nuestra estancia en la tierra prometida. Enjoy!
viernes, 3 de febrero de 2012
Dia 4: La caminata interminable
Ofer Laszewicki
Perdonad
por el retraso, pero ayer cesó el diluvio y teníamos ganas de andar sin parar.
Entre nuestra intensa actividad y que por la noche nos dedicamos a escribir la
historia del otro blog, se nos hicieron las tres de la madrugada y ya estábamos
fundidos.
Niños tailandeses cerca del mercado de Carmel. Foto: Oliver de Ros
Empezamos el día con la intención de saber más sobre la numerosa comunidad africana instalada en el barrio de nuestro hostal. Desde nuestra llegada, nos suscitó especial interés el saber más sobre ellos, así que nos acercamos al parque dónde se reúnen, nos sentamos pacientemente y nos dedicamos a observar. Así, poco a poco, ganando confianza, intercambiamos varios saludos y, definitivamente, nos acercamos a uno de ellos, que aceptó que nos sentáramos a su lado durante un buen rato. El resultado final de la historia fue bastante positivo, podéis comprobarlo leyendo la crónica. No obstante, Oliver se quedó con la miel en los labios: una vez logramos entrar en el local dónde duermen, nos pidieron por favor que apagáramos la cámara, ya que para tomar fotos necesitábamos el permiso de uno de los encargados, que en ese instante no estaba en el lugar.
Los gatos estan por todos lados. Foto: Oliver de Ros
Más tarde, sobre las tres, quedamos con Tom Spingland, un amigo de toda la vida de mi familia, nacido en Haifa, como yo. Actualmente, reside en la céntrica avenida King George en Tel Aviv, está terminando sus estudios de derecho y afronta el futuro con esperanza. El objetivo del encuentro era doble: reencontrarme con él tras muchos años, y que nos contara de primera mano su vivencia en el ejército, dónde llegó a ser oficial de una de las más prestigiosas unidades de elite de las fuerzas armadas. Su relato desprendía sentimientos contrapuestos: por un lado, nos remarcaba la importancia de que para que el país siguiera funcionando, existiendo, “para que podamos tomar un café aquí tranquilos”, hay miles de chicos jóvenes que detienen sus vidas durante dos o tres años para servir al país, para estar preparados por si la tensión reaparece en alguna frontera. “No podemos dejar de ser fuertes”, sentenció.
Barrio Yemenita. Foto: Oliver de Ros
Tom estuvo destinado la mayor parte del servicio en Cisjordania. Según cuenta, las condiciones de la vida de la gente son muy malas y él poco podía hacer por mejorarlas. Su opinión respecto a la ocupación es clara: hoy en día no tiene ningún sentido. Representa un coste humano y económico inmenso y mantiene ciertos sectores de población bajo un estricto control de movimientos. Según dice, ni él ni ninguno de sus compañeros deseaba nada malo a los árabes, no los concebían como enemigos. Simplemente, cumplían las ordenes que recibían, por mucho que se opusieran moralmente a ellas. En su cuarto y último año de servicio estuvo en primera línea de combate en la guerra del Líbano del 2006, dónde perdió a un compañero por fuego amigo. Lo recuerda con tristeza, pero consciente que, lamentablemente, esto sigue formando parte de la historia de Israel. Cada año, Tom acude al poblado de los padres del chico fallecido, dónde organizan una caminata y posterior comida en su memoria. Justamente, es la semana que viene, y probablemente seremos invitados a tan solemne ceremonia. Además, nos acompañó a pasear por la zona del Bulevard Rotschild, conocida por sus edificios de estética “Bauhaus”. Ahí fue dónde un día un joven escribió que la vivienda en Tel Aviv era demasiado cara y decidió plantarse con una tienda de campaña. Al día siguiente, ya eran 5. Más adelante, decenas. Y ello derivó en las protestas sociales que tanta repercusión tuvieron en los medios de todo el mundo y que congregaron más de medio millón de personas en la capital israelí, todo un mérito si se tiene en cuenta que el total de la población es de unos seis millones de habitantes.
Vendedor de alformbras en Florentin. Tel Aviv. Foto: Oliver de Ros
Por la noche, quedamos con el gran Uri en su piso de Yafo para dejar ahí nuestros maletones –hoy empezamos la ruta por el país con unas mochilas de viajero- y hacer una deliciosa cena a base de pasta con verduras, “pa amb tomàquet” y jamón del bueno importado de El Masnou, del que tanto nos gusta. Fue un placer: buena compañía, buen rock ‘n’ roll, una buena copa de whisky para digerir y de vuelta al hostal. De 10 de la mañana a 11 de la noche estuvimos dando vueltas sin parar, así que ya era momento de frenar un poco.
Hombre que trabaja con el hierro. Tel Aviv. Foto: Oliver de Ros
El último foco de energía lo aprovechamos para rematar la crónica y retocar las fotos, aunque yo me quedé finalmente planchado en un sofá de la terraza. Tocaba descansar, ya que hoy vamos camino a Haifa a encontrarnos con dos grandes amigos de mis padres: Ricardo y Geula. Será nuestra primera toma de contacto con un Kibbutz, dónde podremos empezar a gestar nuestro reportaje sobre la materia.
Veremos como sale. Lo más importante es que no paramos, vivimos cada minuto como si fuera el último en Israel, y nuestra voluntad por conocer gente y historias no tiene límite. Un abrazo a todos. Diblastos
PS: Las fotos no tienen concordancia con el texto en si, pero os hacemos un resumen de nuestros dias en Tel Aviv
MOSSAD?
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